Desde muy pequeña cultivo un profundo amor por el conocimiento de los mecanismos que llevan a las personas al éxito, no por casualidad más bien por causalidad. Convencida que los seres humanos tienen un potencial extraordinario que, si se escucha y se nutre, se convierte en el camino hacia la felicidad y la realización profesional y personal.
Empecé emprendiendo desde muy joven, primero en la industria del retail y luego con productos farmacéuticos y fitoterápicos, tratando a 360 grados desde la ideación hasta la implementación y gestión de todas las dinámicas de una empresa pudiendo así llevar las riendas desde el momento cero hasta facturar millones.
Mi curiosidad innata y mi deseo de mejorar para contribuir me han llevado a entrenar con los mejores coach y mentores nacionales e internacionales.
Algo de mi formación profesional:
– Business Coach en la Escuela de Coaching Profesional de Marina Osnaghi
– Executive MBA en la Escuela de Negocios de Bolonia
– Certificada por Coaching by Values
– Business Mastery de Tony Robbins
– Certificada por Six Seconds – Inteligencia Emocional
– Master en Dirección de Recursos Humanos en la Escuela de Negocios EAE de Barcelona
He decidido crear programas de capacitación y desarrollo personal y profesional, para mujeres que tienen que enfrentarse a sus diferentes roles en la vida y a mercados en constante cambio en los negocios. Puedo ayudarte a marcar la diferencia.
E Jona: el significado de este nombre en albanés es: –Es Nuestra-.
Desde que era niña, he tratado de dar sentido a estas palabras, lo que significa es nuestra, sobre cuál sería mi tarea en este mundo. Sabía que tenía que darle sentido a la vida más allá de mí misma, una vida en la que incluir a otros y a algo más grande.
A la edad de 9 años me llegó una comprensión profunda: empezó a crearse una imagen, para mí mi nombre había esbozado lo que decidí que iba a ser mi misión: ser un regalo para el mundo.
A medida que iba creciendo, esta definición comenzó a tener más y más sentido dentro de mí, mientras me preguntaba cómo podía cumplirlo a nivel práctico, qué iba a necesitar, qué cualidades internas serían necesarias, cuál podría ser el camino y cómo llegar allá.
Pero vamos un poco atrás en el tiempo:
Nací en Albania en 1985, el año que señala la esperanza de una nueva vida para esta tierra, de libertad después de la muerte del dictador feroz que había mantenido el país bajo su control durante más de tres décadas.
Albania, tierra de grandes tradiciones y principios, y personas con un fuerte deseo de su propia identidad.
Yo era una pequeña pero a la vez grande observadora del mundo, alimentaba la búsqueda de las razones y la coherencia que podrían satisfacer la investigación genuina y fuerte de mi alma.
Llega el año 1991, los grandes comienzos hacia Italia, siempre considerada la tierra prometida. Sì, Italia era el sueño de todos los albaneses, un sueño desafortunadamente difícil de lograr legalmente.
También nosotros, mi familia, intentamos subir a ese barco tan lleno de gente, pero sin éxito, ese barco estaba demasiado lleno y no había sitio para Ejona.
Podía sentir el fuerte deseo de los adultos de salir del país, ir al extranjero, creían que era la única oportunidad donde aferrarse para cambiar sus vidas.
Yo estaba bien en mi tierra, no sentía ese deseo de irme. Estaba todo el día, a parte la escuela, a la calle jugando, llevaba conmigo en una mano un pedazo de pan con aceite y sal, en la otra una cebolla, o un tomate u ocasionalmente un trozo de queso, y lo disfrutaba todo hasta que me lamía los dedos.
No podía entender del todo ese deseo de los adultos por un futuro mejor, me preguntaba: ¿Qué es un futuro mejor? Un coche, tener más dinero, trabajar más o qué más?
Pero por fin un año después, de manera clandestina y después de varios otros intentos fallidos, mi padre logró poner los píes en Italia con un barco de pesca.
Durante casi dos años, las comunicaciones con él fueron a través de cartas leídas por mi madre y poco más. No teníamos teléfono en casa y teníamos que estar de acuerdo con el vecino que tenía una lista interminable de personas que esperaban en horarios establecidos para ser contactados por aquellos que vivían fuera del país.
Un día que marcó mi vida de una manera importante, agosto de 1994: mi madre, mi hermano y yo frente a un mar tormentoso y donde había esperándonos un pequeño barquito que normalmente habría acogido a 3 personas, pero nosotros éramos 12.
Existía la probabilidad de no llegar vivos a Italia, pero nada podía detener la decisión de mi mamá, su sueño era reunir a la familia y en ese momento era la única forma que tenía para hacerlo. Nos dijeron que el viaje duraría 3 horas y que como no había lugar para todos, mi hermano y yo tuvimos que sentarnos entre las piernas de los demás.
Entre molestias físicas, medio mojados, temerosos de no saber por qué estábamos tardando tanto y, sobre todo, si de verdad hubiéramos podido llegar a tocar tierra. En algún momento en la profunda oscuridad escuchamos: no podremos sobrevivir, está demasiado cerca. Navegábamos demasiado cerca de un barco gigante y según los contrabandistas sus olas nos habrían matado. No tuve miedo de escuchar esas palabras, tal vez era demasiado pequeña para entender lo que es la vida y la muerte. Pudimos superar esas olas, fue un suspiro de alivio para todos.
Desafortunadamente no fueron sólo 3 horas, sino 9 interminables horas, pero por fin veo el suelo a lo lejos, los ojos cansados y tratando de captar tantos detalles como era posible. ¿Dónde estamos? No había respuesta a esa pregunta, de hecho nos tiraron al agua y se fueron. Afortunadamente estábamos muy cerca de la orilla y todos mojados finalmente llegamos al suelo.
No sabíamos dónde estábamos, pero confiamos en las indicaciones de la estación y seguimos caminando. Mi hermano sabía algunas palabras de italiano, así que preguntando dónde estábamos a personas que paseaban descubrimos que habíamos desembarcado en Fasano, me llamó la atención el color de la tierra que nunca había visto antes, la tierra era roja allí, y me gustó mucho.
Tuvimos que coger un tren hacia el sur de Italia donde vivía mi padre, Rionero. Nunca percibí un sentimiento de miedo en mi madre, cuando decidía algo lo llevaba hasta el final con la certeza en el corazón de que lo lograría. Y de ahí a pocas horas, estuvimos a salvo, pero de mientras cansados y con ganas de abrazar a papá.
Pensaba mucho en ella, lo que yo tenía de más preciado permanecía en Albania: mi abuela, ella no estaba conmigo, pero me prometí a mí misma atesorar todas sus preciosas y sagradas enseñanzas en mi corazón.
Recuerdo cuando por la mañana me despertaba temprano en cuanto la escuchaba moverse por casa, no quería perder ni un minuto de vida con ella. Me había enseñado a rezar y a tener fe en el Creador.
Le dije un día: «Abuela, ¿por qué rezas?» y ella me contestó: «Por los pecados que habré cometido sin ser consciente de ellos, de los que no sé nada». Ella, mi gran maestra, me había enseñado todos los valores y la implementación de los mismos con sus ejemplos de comportamiento. La amaba y la amo con todo el amor que es posible para mí.
Y finalmente la familia logró reunirse, comenzaba una nueva vida de arduo trabajo tanto físico como interior para adaptarse mejor a esa realidad desconocida.
Entre los primeros trabajos de mi padre: ser pastor, y al igual que Heidi me despertaba temprano en la mañana para ir con él y conocer su mundo, y así respiraba la belleza y la inmensidad de la naturaleza y sus frutos que solía recolectar de los árboles. Mi madre comenzó a trabajar a los pocos meses como limpiadora de restaurantes, bares, etc y yo con ella, con tan solo 9 años.
Quedaron engañados en sus pensamientos de que Italia le traería felicidad, pero yo no veía felicidad en nosotros, mis padres se veían obligados a hacer todo lo posible para simplemente darnos de comer, yo había dejado todo lo que me hacía disfrutar a esa edad en Albania, pero tenía un amigo importante, el mejor que se podía imaginar y que me había presentado mi abuela: tenía a Dios en mi corazón.
Pero entonces, ¿qué era la felicidad y qué faltaba exactamente para ser feliz? O tal vez no hay necesidad de algo externo a nosotros para ser feliz… una de las reflexiones más importantes para cualquier ser humano.
Conocí a una anciana cerca de mi casa, se parecía a mi abuela, vivía sola y por eso le pregunté si podía hacerle compañía en las noches, con la esperanza de que sintiera menos la soledad. Durante el día me llevaba a misa con ella, así que tuve la oportunidad de aprender sobre el cristianismo hasta que me convertí en una monaguilla que nunca se saltaba una misa.
Los momentos de regreso a casa después de la misa eran mis momentos con Dios, entre las lágrimas que bañaban mi rostro con la alegría de poder tener consuelo de él y el sufrimiento por la fuerte carencia que sentía por mi tierra, y sobre todo por ella, mi maestra: mi abuela. Los momentos fuertes en los que me sentí conectada con ella eran cuando antes de irme a dormir le decía buenas noches a la luna, creyendo que esa luz podía llevarlas hasta ella.
A los 14 años empiezo a trabajar como lavaplatos en un restaurante, solía llegar a casa con fuertes dolores de espalda pero una alegría en mi corazón por poder contribuir de alguna manera. Cuando el dueño, al ver mi compromiso, quiso contratarme en buena posición, descubrió mi edad y le dijo a mi padre que nunca había visto a una persona trabajar tan bien pero que no podía seguir arriesgándose a mantener a un menor en el trabajo.
Recuerdo la cara de mi padre todo orgulloso cuando llegó a casa mientras me decía que ya no iría a trabajar allí. Me supo muy mal porque mi deseo de contribuir tanto en la familia como en la sociedad se estaba desvaneciendo momentáneamente.
Unos meses después nos mudamos a Bolonia, otro destino decidido por mis padres que mejoraría nuestra vida. Bolonia, una ciudad universitaria, una pequeña ciudad que ofrece mucho a todos, sin duda el norte era muy diferente al pueblo del sur donde vivíamos en cuanto a oportunidades, pero al mismo tiempo en tener que adaptarnos al mayor individualismo que tienen las ciudades.
El enésimo desarraigo de cosas, personas, situaciones, lugares en los que casi empezábamos a aclimatarnos. Inicialmente vivimos en una habitación donde se adjuntaban 4 camas y se hacía una cama doble grande, la cocina se compartía con otras personas. Unos meses así hasta que finalmente conseguimos encontrar a alguien que confió de antemano en que pagaríamos el alquiler regularmente aunque fuéramos «extranjeros».
A los casi 18 años decido dejarlo todo e irme a vivir sola. Mi vida de aquel entonces me sabía a ajustado, quería experimentar, ponerme a prueba, hacer más… Así comenzó mi búsqueda desesperada de nuevos trabajos, fui de puerta en puerta y recibí tantos «no» en la cara, mientras el resto del tiempo hacía llamadas telefónicas.
Casi sin dinero, un día un hotel al que había contactado unos días antes me llamó y me dijeron que fuera a trabajar al día siguiente. El horario era de 7 de la mañana a 1 de la noche, por la mañana limpiaba las habitaciones y por el almuerzo y la cena hacia de camarera. Y así trabaje todo el verano hasta septiembre. Perdí mucho peso, el esfuerzo físico era mucho y el salario me permitía pagar solo el alquiler y comer arroz blanco.
No aceptaba ningún tipo de ayuda, ni de mi familia ni de nadie, esa era mi búsqueda de vida y tenía que vivirla al máximo por mí sola, con todos los recursos que podía descubrir. Después de esta experiencia hice muchos otros trabajos: desde la limpieza de la casa hasta heladera, y hasta 4 trabajos al mismo tiempo.
Recuerdo cuando trabajaba en Bar 500, cuando preparaba y ofrecía café a los clientes, sentía una profunda gratitud, para mí era un agradecimiento a cada persona que cruzaba con mis ojos, gracias a todos esos cafés, tuve la oportunidad de tener un sueldo a fin de mes. Me encantaba estar al servicio de las personas e intentaba marcar la diferencia aprendiendo a hacer el mejor café, servido con la mejor gratitud que salía del corazón y se manifestaba con una eterna sonrisa en mi rostro.
En todo estos años nunca dejé de estudiar, lo más fácil era dejar mis estudios teniendo que trabajar tanto, pero pude seguir con todo, sabía que eso era «lo correcto». Mi sueño era estudiar la facultad de psicología, sentía una fuerte devoción al querer ayudar a otros hacia una vida hecha de felicidad, sabía que esa era mi misión y que solo necesitaba herramientas que me permitieran lograrlo.
Este sueño tuvo que posponerse porque no podía asistir a las clases obligatorias ya que tenía que trabajar. Entonces me inscribí en ciencias farmacéuticas.
Para mí, la universidad en mi imaginación era lo más difícil que podía hacer, creía que había que ser científico para graduarse o tal, como si no fuera lo suficientemente inteligente, lo suficientemente capaz, para poderlo lograr.
De niña no recibí muchos «eres buena» ni muchos cumplidos, quizás porque en esa cultura de entonces por ignorancia no era común. Pero eso fue siempre mi motor, ir hacia lo que aparentemente parece difícil de conseguir.
Con mucho esfuerzo, termino la universidad en el menor tiempo posible para obtener recompensas y no pagar impuestos. Para mí era más difícil sentarme en una aula de 5 horas que lavar los platos durante 10 horas, pero a pesar de noches sin dormir, vómitos, la inevitable vocecita dentro de mí que antes de cada examen me atormentaba diciendo que no lo iba a conseguir, con un esfuerzo inmenso y con la gran fe de que la vida me amaba y que siempre sería mi amiga y aliada, logré graduarme.
Ese día no pudo asistir, ella que exaltaba de alegría en cada una de mis exámenes, ella a quien dediqué mi graduación, ella que creía en la libertad, en la mujer independiente y en los derechos que las mujeres habían adquirido laboriosamente.
Mi mamá y una gran amiga, la mujer más coherente y «correcta» que he conocido.
Se fue estando rodeada de las personas que amaba, entre las oraciones de su madre, mi querida abuela mientras respiraba por última vez.
Mi abuela: mi primera gran maestra de vida, siempre estaré agradecida de haber tenido la oportunidad de conocer a una persona tan extraordinaria en cada palabra, gesto, emoción, comportamiento.
Mientras mi madre daba su último aliento, en medio del llanto de quienes presenciaban a esta desgarradora escena, mi abuela «agradecía a Dios en señal de gratitud por haber tenido la oportunidad de haber tenido una hija que tanto deseaba y durante 57 años».
Sus palabras: «Tuya era, Señor, y contigo vendrá!»
Esta experiencia fue para mí la mayor enseñanza vivida hasta la fecha, puede que no haya razón, excusa, para aferrarse a ver la vida como un vaso medio vacío, ni siquiera la de presenciar a la muerte de un hijo, si se puede «mirar la vida con ojos sagrados».
Siempre he tenido una fuerte enfoque en conocer tanto en las personas como en los libros lo que podría ayudarme a avanzar, evolucionar o simplemente usarme mis recursos al máximo. Con toda la curiosidad posible, empecé a aprender sobre varias religiones, muchas personas que han marcado una diferencia en sus vidas, muchos libros, y este deseo sigue siendo un fuego ardiente en mí.
Descubrí que muchas mujeres y hombres que vivieron antes que yo nos han dejado una herencia infinita de crecimiento personal y a la que estoy profundamente agradecido. Empecé a seguir a los mejores formadores del mundo con el objetivo de tener las herramientas adecuadas para poder mejorar y mejorar el mundo que me rodea.
A los 26 años me convertí en propietaria socia de 2 tiendas de suplementos para deportistas, durante un año me dediqué totalmente a esto y luego me fui a trabajar en una empresa farmacéutica (fitoterapia).
Tras vender en farmacias y haber adquirido la experiencia adecuada, la empresa en fase de internacionalización me ofreció dedicarme a abrir un nuevo mercado desde cero: España.
Llegué a Barcelona por primera vez en agosto de 2015, y todo estaba en mis manos, un desafío importante que asumí con entusiasmo.
No sabía ni una sola palabra en español, pero sí tenía mucha pasión y ganas de conocer personas especiales con las que construir una empresa con “liderazgo de corazón, enfocado en el bienestar a 360 grados”.
Y así comencé esa aventura, aprendí rápidamente el español necesario para comunicarme, encontré las oficinas y comenzó la aventura de seleccionar personal interno y agentes comerciales. Entre las características que debían tener las personas, además de un cierto nivel de educación, así como algunas soft skills, tenían que ser personas a las que podía reconocer como «mejores que yo en algo», sabía que solo así la empresa crecería desmesuradamente.
Empecemos a ser muchas personas con las que compartir ese gran proyecto, la facturación creció hasta llegar a varios millones, pero gran parte de mi atención quedaba siempre en hacer que las personas se sintieran realizadas en su trabajo.
Cualquier conflicto o situación crítica se manejó con mucho cuidado personal y con una visión más amplia del problema en sí, favoreciendo un «ambiente familiar».
Comencé a estructurar, tramitar y realizar formaciones específicas tanto para comerciales como para los propios farmacéuticos. Quería gritarle al mundo que existía la posibilidad de crear empresas diferentes, de una vida diferente donde todos pueden ganar, donde no hay prevaricación sino estímulo y apoyo hacia al otro, donde si te dedicas a hacer sentir bien a las personas, ellas darán todo lo que pueden y por consecuencia todo crece, inclusive los números, hasta que pasaron de cero a varios millones de facturación al año.
Al mismo tiempo, y como siempre, no dejé de seguir estudiando. Hice el Executive MBA por un lado y un master de Coaching por el otro. Añadiendo a todo ello y formación de hipnosis, inteligencia emocional, comunicación persuasiva, técnicas de ventas y más con los mejores formadores del mundo.
En apariencia tenía todo lo que una mujer de 30 años desearía: realización profesional, crecimiento personal, viajes, posibilidades económicas… pero en realidad me di cuenta que no era feliz, eso no me daba felicidad.
Por qué en realidad no hay algo que debe darnos felicidad, la felicidad no depende de si tenemos o menos algo, de si ocurre una cosa u otra, si estamos con una persona u otra, claro todo ello añade alegría, pero felicidad es algo más… es ser.
Pero para ser , antes hay que saber lo que no somos, y aquí empezó el maravilloso viaje que hice y que me llevó a dar un cambio más en mi vida, decidiendo dejar lo que estaba haciendo y empezar un proyecto personal que me permitiera compartir ese descubrimiento con cuántas mas mujeres posibles.
Y aquí estoy ahora, al lado de las mujeres para poderlas acompañar a través de un proceso de transformación profunda desde lo personal a lo profesional para llegar a la plenitud, para llegar a la felicidad, para llegar a Ser.